Hubo un año, aproximadamente en el año 1940, en que en plena orilla de las playa de Mejía abundaron las machas grandes y gordas (de lenguas grandes) dentro de la arena y casi superficialmente sobre la superficie.
La macha cual fruto del mar, se encontraba como una mina, y es por esta razón que muchos mollendinos en la época de verano en que se produjo este "milagro" se establecieron con sus familias, o sólo o en grupos, y armaron casuchas de estera como vivienda con su pequeña ramadita para protegerse del Sol cuando tenían que desconchar y sancochar las machas para después ponerlas a secar.
Estos macheros llevaban sus recursos para acampar en la playa y en especial el limón, y cocinaban todos los menús en base a las machas. El cebiche era el plato de todos los días y lo preparaban en segundos, así como el rico arroz con machas o el aguadito, que con el sumo lechoso de la macha salía bien agradable. Otros platos eran el saltado de machas, que llevaba machas en vez de carne de res. Y cómo olvidar del exquisito famoso sudado de machas.
Las machas se extraían por montones y lo hacían hombres, mujeres y niños; no se tenía que ser experto para obtener este producto. Todos se beneficiaban por igual y gozaban de esa sensación de haberlo obtenido con sus propias manos.
Estas bondades del mar daban un ingreso monetario, en especial a aquellas personas que se establecían en las playas de Mejía para sacar las machas y lo vendían por quintales, dándoles una renta para poder vivir y solventar los gastos escolares en el inicio de las labores académicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario